OTROS POEMAS DE MEB (SELECCIÓN)

De: El amor incontable
(Ed. Vitrubio, Madrid, 2008)


BLOW UP

El parque es una telaraña azul hecha de escarcha.

Nos protege de la invasión de la otra orilla, de lo
abierto del día, de lo oscuro.

Es una esponja que circunda la casa y absorbe
nuestras emanaciones: los olores a cama y a comida,
los portazos, las voces y hasta los pensamientos.

Lo archiva todo en las distintas ramas de los árboles
y desde allí nos miran perplejos nuestros manes y
lares y algunas alimañas.

No sirven los prismáticos para abarcar el parque, ni
menos para verlo: son un medio de elipsis conveniente.

O la mosca atrapada entre las dos ventanas, o más allá
la noche, las fogatas salvajes.


NACIMIENTO DEL FUEGO

En el revuelo arcaico de Uranos y Titanes,
Cronos y Zeus,
triunfa el día a día,
el fenómeno puro:
un episodio noticioso
como el robo
del fuego
por cierto intrépido zagal
de nombre Prometeo
para ofrendarlo
a Gaia
y a sus huestes
de humanos
–de los que hasta hoy
muy pocos
sabemos
qué hacer
con él.



De: danubiomediterráneo/mittelmeerdonau
(Labyrinth Bilingual Editions, Vienna-London, 2005)


© María Elena Blanco


A CINTIA, I

Más que mis huestes de Pannonia guerrean aún tus ojos, Cintia,
blanden largos venablos sobre montes y mares, no cejan
en sus blancos de hielo.

Cual húsares en retirada huelgan tus besos, Cintia,
su impronta dilatada ha de rastrearse
en las muescas del corazón.

Por encima del tiempo y las estrellas, Cintia, mandan tus versos
y hay todo por decir: el verbo antiguo vuelve emblasonado
en fondo de armiño.

Y mientes cuando dices que has perdonado:
a ti, Cintia, la última.


LA BELLA MOLINERA

I  El poeta, a modo de prólogo

Verano con ventana al parque
en la discreta ex sede del imperio
(de ida y vuelta
de las grandes ciudades,
de las grandes ideas,
de los grandes amores: el tiempo dirá
si éste será mínimo o magno).
El molino está lejos, pero aquí todos
lo llevan en el alma, y a la sazón
los ritos recomienzan: prolegómenos,
escaramuzas, pactos ―todo en tono mayor:
grandes, grandiosos, grandilocuentes,
protagónicos agónicos
del clásico melodrama urbano,
ligeramente desplazados por la Historia
pero, como corresponde, llenos
de orgullo y fuego, a estas alturas de la edad
asaz cómodos en posturas forjadas
a punta de genio o de portazo:
duchos, sabihondos,
se lanzan a la amorosa empresa
como Héctor y Aquiles
a la guerra.


II  Errancia

Llega el otoño por fortuna a matizar las hojas, los humores,
revestirlos de asombro y de misterio. Llaman los lagos,
clama el bosque, rondan leñeros, cazadores y bellas
molineras. Se abren escapatorias más allá
del mullido interior, del parque hostil
o cómplice, periplos en que por un instante los amantes
brillan bajo una nueva luz: figuras aleatorias
que habrán dejado su estela en el paisaje.
La disyuntiva es esperanza o muerte, la duda
un raro antídoto al aburrimiento.
Un ciervo se allega a su jardín revuelto,
los mira perplejo desde la ventana:
no entra, no hay respuesta.
Bailan, beben, folgan.
La vida continúa.


III  Saludo matutino

El parque está nevado, el venado ya viejo
es parte del entorno, el fuego del hogar
crepita y medra entre las ascuas.
La suite romántica de Müller
magistralmente cantada
por Hermann Prey o
Dietrich Fischer-Dieskau
a ratos se interrumpe
sin mayor protocolo
para el aperitivo
y recomienza en tándem
con noticias, tañido
de cubiertos o arpa,
silencio de sábanas
o nieve. El amor a veces sí,
a veces no, según como ande
la cabeza. Mas la música de Schubert
encuadra la paz hogareña, pone
la cosas en su sitio:
la invocación al ciervo,
la escritura vecina.


IV  Canción de cuna del arroyo

Vendrá una primavera con aire picado
a removerlo todo, a clausurar la casa
de la creación y el amor:
júbilo, ansiosa libertad, final abierto
(final al fin) hacia reinos aún inconquistados:
molinos o riachuelos que el azar disponga,
o un nicho entre las nubes.
Y en ese desasimiento o desenlace, un legado
que adorne la cuna, cierre el Lied
hasta que resuene una nueva suite de notas,
ojos, textos. Pero antes, en la volátil estación,
el poeta erige la medida
que abarca todas las miserias
y todos los idilios (única
salvadora, la gracia) y a modo de coda
plasma aquí el mensaje del ciervo,
que no es sólo de arroyos y de bosques,
que es, simplemente, humano.


PARÁBOLA DEL PEZ CON SOL PONIENTE

Negado el pez, los palos de tu heráldica
ceden y te devuelven huérfano
a mi flanco de estrellas, única
playa presta a recibirte.

Negada la mano abierta hacia el pez
la travesía fraterna por el centro de azur
tórnase arribo de Caronte
a la ribera estigia.

Negado el tacto untuoso con la baba del pez
te anegas en teóricos dames y daretes
y es inminente la caída del oro
en campo de gules.

Te arrojo pues de vuelta al simple oleaje
del don y del recibo: ve, y que no te pille
el crepúsculo yermo de corazón
con las manos vacías.

Muestra el cantón diestro, baja el puente
y franquea el foso de tu torre enclavada.
El mar ya un sol de sable y rosa:
vuela y alcánzalos.

Aleluya, aleluya: hubimos de limpiar
la pesca y degustarla.


EN EL CEMENTERIO DE MIRMANDE

En el cementerio en ruinas de Mirmande, a la vera de la iglesia románica
de la Santa Fe, tuvisteis un día fresco y velado vuestro almuerzo
sobre la hierba.

A la luz de los cuadros famosos sobre el tópico, el artista y su musa
se placen en los goces de la naturaleza y el amor habiendo
degustado frugalmente los frutos y vinos del país.

No se permite fuego. Todo ha de consumirse. Los restos de anteriores
festines deberán acarrearse sin piedad por el globo hasta que hagan
mella en la carne o el papel.

Oh caballero, oh señora, recordad con dulzura aquellas briznas
que temblaron al son de vuestro abrazo y el camino de piedra
que os tenían deparado.

Y conservad intacto el cosquilleo de los escarabajos de Mirmande.


EN LA RIVIERA AUSTRÍACA

                              Tergestum terminus terrae initius maris     
                              Graffito cársico, 394 d.C.

Hace hoy por hoy cien años que en Suiza caía la Emperatriz y este lugar
aún era nuestro, se había puesto de moda para lunas de miel. Así reza
(traduzco) una postal hallada en la via Sanità, ahora Díaz, donde Joyce
cohabitó con sus hijos y Nora (¡oh Nora!) y los cónyuges e hijos de sus hijos,
y aplazaba los apremios de Pound desde Sirmione y escribía el Ulises.
El café, mal llamado vienés, es peor que en Italia pero mejor que en Praga,
y en Duino por las tardes sale el alma de Rilke a hacer la passeggiata.

Qué lejos, o qué cerca, esa Dublín triestina de este Trieste germano
al que llegamos por la strada di Vienna, a contramano, entre aguas y lenguas
y sangres revoltosas, revueltas. Esas casas matrices de seguros y la iglesia
ortodoxa deparaban a Joyce una prosperidad vicaria y un ritual salvador
pero era bohemio, concubinario, ateo, que se sepa no ha sido vertido al alemán.

Nosotros deambulamos por el barrio judío y rastreamos anticuarios. Pedimos
pasta y pagamos a la austríaca, somos híbridos tan híbridos como ellos.
Somos del vasto patio danubio mediterráneo, venimos a Tergestum, al mar.

Holguémonos, esposo: las velas desplegadas de la Barcolana celebran nuestras
bodas, nuestra última regata amorosa. Es buen signo. Entremos al hostal de los
duques de Aosta a cumplir el instante, el futuro, esta (llamémosla así) felicidad.





POEMA DE AMOR


contigo protagonizar mis versos más
queridos, por ejemplo sentir cual pez mis pies
entre tus manos holgando en el balcón de baudelaire
o atisbar tu mirada de hielo cincelada en nevermore por
verlaine y, después de la tormenta, del brazo pisar quedos
la nieve en nuestro parque vienés haciéndola crujir como el
suave caminar de la noche, fingirme otra imaginándote otro,
tú que yo hubiese amado y tú que lo sabías: inevitablemente,
aún y siempre baudelaire, o en nerval presentirte tenebroso,
viudo y desconsolado y por añadidura príncipe de abolidas
lides, decadente o romántico, mallarmé fulminado de azur
o laforgue hipocondrio en estado creciente o menguante
imitando la luna, o colmo de placer, desnudos sublimar
el polvo de quevedo y yacer confundidos, tú poeta,
yo lysis, saboreando la ceniza de fénices:
quincunce, quintaesencia, quiasma, vivir
vicariamente en ti las cien mejores
poesías de la lengua


© María Elena Blanco