miércoles, 28 de septiembre de 2011

CRÓNICAS CLANDESTINAS DE PERÍODO ESPECIAL IV

DE DÉSPOTAS E ILUSTRADOS
(Kant, kynismo, Kuba)

            Yo vivo en Viena: campamento, arteria fluvial, luego aldea, corte del sacro imperio romano germánico, real y principesca sede bicéfala. Austria, ex adriática república, apéndice anexado: territorio interior convenientemente susceptible de expansión, contracción o subsumisión, según los vientos que corran. Así, dícese de estos pagos A.E.I.O.U.: Austria est imperare orbi universo, y también, mutatis mutandis, A.E.I.O.U.: Austria erit in orbe ultima. En Cuba –isla, aunque continuamente en brega por vaciarse, desbordarse, estirarse y encogerse, ser violada o “anexionada”– los niños de colegio decíamos, burlones, A.E.I.O.U: masabelburroquetú.

            Curiosa vocación de las vocales, de las letras, por los altos y bajos de la ilustración o el poder. Como ha señalado el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el saber dejó hace mucho tiempo de ser materia de ocioso erotismo –un amor de la sabiduría en cuanto filo-sofía– para convertirse, en el siglo XIX, en nietzscheana voluntad de poder mediante el ejercicio sistemático de un vitalismo individualista o en arma burguesa de ascenso político y social gracias al aprendizaje dirigido de una educación formal.  En la actual era de globalización post/neo/multi regida por la razón cínica, sin embargo, se trata ante todo, inversamente, de poder para tener (y manipular) el saber, tendencia que Sloterdijk remonta al kynismos: la original vertiente cínica de la filosofía griega representada por Diógenes de Sínope, según la cual antes de aspirar a cualquier saber hay que poder mejorar la propia vida[1]

            Tras la mala pasada que jugaron a la razón kantiana el jacobinismo y los excesos napoleónicos y su ulterior instrumentalización frente al creciente imperio de la técnica en colusión con las fuerzas financieras, con su consiguiente pérdida de finalidad y sentido trascendentes –ese "ocaso de la razón" definitivamente diagnosticado por la teoría crítica de Frankfurt a mediados del pasado siglo–, la razón ilustrada sucumbe hoy, según Sloterdijk, a una enfermedad fundamentalmente moral: el cinismo político de las hegemonías que se extiende como una plaga subliminal a todos los sectores de la sociedad, creando una rivalidad aparente entre "realismo" e "idealismo" en la que en efecto se oponen "un realismo esquizoide y un realismo anti-esquizoide. (...) El primero pretende asegurar la sobrevivencia; el segundo quisiera salvar la dignidad de la vida frente a los excesos del realismo del poder."[2]
             
           Al término de la Segunda Guerra, la teoría crítica, corriente filosófica que replanteó –negativa, contestatariamente– el diálogo con la ya sospechosa razón ilustrada, expresó una aversión visceral por todo lo que oliera a poder e intentó formular un saber que se situara lo más lejos posible de aquél, anclado –por un lado: el de Horkheimer o Marcuse– en una actitud vigilante de denuncia y rechazo de toda instrumentalización de la razón o –por otro: el de Adorno– en la sublimación por la estética y la sensibilidad, en cierto ascetismo arrogante y escéptico de aceptar el dolor de la derrota sin deponer los principios. El balance, radicalmente condenatorio, del legado de la Ilustración y de su aprovechamiento y puesta en práctica por la sociedad moderna al que llegó la teoría crítica fue la constatación de la instrumentalización de la razón por el poder, con la resultante pérdida de autonomía y, por ende, de humanidad. Y en las postrimerías del siglo, Foucault, partiendo de Kant, concluye que la Ilustración, además de desafío filosófico, es claramente, desde siempre, un problema político que ha de atacarse, hoy, no rescatando elementos doctrinales históricamente añejos sino reactivando constantemente su dispositivo crítico mediante una actitud de asedio permanente a tres ejes del quehacer social: el saber, el poder y la ética[3]. Por su parte, Sloterdijk propugna como única esperanza dejar atrás el asedio crítico a la vieja razón ilustrada para desenmascarar su más reciente aberración, la razón cínica: "Bajo el signo de una crítica de la razón cínica, la Ilustración puede renovar sus posibilidades y mantenerse fiel a su proyecto más íntimo: transformar el ser social por la conciencia"[4].

                                            SABER VS. PODER

            Curiosa vocación de las vocales, de las letras –ibas diciendo antes de ceder la palabra a uno de esos nuevos Ilustrados–- también por el color: A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu...[5]: ¡Rimbaud, tú que precisamente dejaste las inofensivas letras para meterte hasta las últimas consecuencias en el espinoso proyecto de cambiar la vida, primero en tu propio ámbito literario y bohemio y luego, no hallándolo a la altura de tu reto, internándote en el África profunda para exponerte a la ley de la aventura, del dinero, a la ley del más fuerte, oh Poeta-legionario volcado al tráfico de armas!

            Controvertido dúo éste, en verdad, letras y armas. Recuérdese sin más que el autor del Quijote pone en boca de su delicado protagonista el famoso discurso de las armas y las letras, en el que privilegia a aquéllas: no en balde fue don Miguel de Cervantes y Saavedra el también célebre "manco de Lepanto" por su bravura en la armada –española, veneciana y pontificia– contra el Turco. El Caballero de la Triste Figura, más cuerdo en ese instante de lo que lo pintan sus detractores, afirma sin ambages de las letras humanas que "es [su] fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza; pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida."[6]
           
            Cultivar las armas para la paz, parece decirnos el guerrero letrado. Y puesto que la tendencia natural del poder en su época era hacia la belicosidad, habría hecho suyo aquel adagio latino que reza si vis pacem, para bellum. Cultivar no las armas, sino la razón, en su dimensión cosmopolita –es decir, global– para asegurar la paz perpetua, diría luego Kant. Pero la finalidad que asigna Cervantes a las letras no difiere mucho de los fines públicos de la razón kantiana, de lo que a su vez Foucault ha llamado la gobernabilidad o gobernanza: el (buen) ejercicio del poder.

            Y qué decir de nuestro Martí y su doble ansiedad ante el excluyente ejercicio de las letras y las armas, su íntimo desgarramiento entre morir para la poesía (viviendo en ella) y vivir para la patria (y morir por ella). Este amor a la patria, profunda y consecuentemente padecido por él y por tantos próceres en aras de nuestra ansiada república, motivo y motor de tantas e inestimadas independencias, fue sentido por aquellos héroes de siglos pasados como íntimo y espontáneo movimiento del espíritu en el que Kant (y dale con la kantaleta) cifró el progreso moral que representó en su día la Revolución Francesa, la cual encarnó "la disposición moral de la especie humana" a darse una constitución republicana fundada en los principios de libertad, de sumisión a la ley común libremente acordada y de igualdad en calidad de ciudadanos como medio de lograr el fin supremo del derecho de gentes, la libertad; del derecho público, la autonomía; y del derecho cosmopolita, la paz.

            El amor a la patria, simbolizado por la figura del Héroe, "se organiza después sistemáticamente, en el curso del siglo XIX como ideología política para terminar, en el XX, en un sistema demencial"[7] (piénsese en los fundamentalismos políticos desde las sucesivas estilizaciones del leninismo hasta las diversas variantes del ultraizquierdismo, así como –degeneración extrema de dicho fenómeno– en el nacionalismo llevado a sus últimas y más inhumanas consecuencias por el nazismo y en las nuevas formas de terrorismo fundamentalista que vienen azotando recientemente al mundo). Pero incluso sin llegar al genocidio, en el ámbito latinoamericano el nacionalismo ha degenerado en la instauración en el poder de no pocos Déspotas, siendo el más notorio y longevo el imperante en Cuba a fuerza de someter a un pueblo a la condición de heteronomía o tutela, incapacitándolo para ejercer su libertad de expresión y de elección, y de fomentar la enemistad o el aislamiento políticos respecto de las demás naciones, cultivando un ánimo de guerra permanente contra gigantes y molinos de viento ora reales, ora dudosos, pero invariablemente provocados por su propia dinámica irracional.

            Pareciera como si en este ocaso de la razón cubana se hubiese querido emular nefastamente a escala pública el privado gesto rimbaldiano: las antiguas brigadas alfabetizadoras, armadas de ya oxidadas vocales y flamantes kalashnikov, fueron enviadas al frente africano a segar la guerra, a traficar en armas, letras y de cuanto hubiere. Consecuente con su desesperado empeño de cambiar la vida, aquel joven poeta que evocaba mi alter ego vienés murió al menos como hombre ilustrado, en su ley: amputado de una pierna, miserable tal vez, pero único autor y responsable de su libre elección. Los alfabetizadores soldados, en cambio, fueron mandados a Angola a morir como moscas en aras de la porfía de cambiar al Hombre, al Mundo, a todos los hombres y todos los mundos: África, Asia, América Latina, un, dos, tres, mil Viet Nam, patria y muerte...

            En aras de un tal amor patrio se ha llegado a convertir a Cuba en el instrumento de la caprichosa voluntad de un Déspota para mantener a ese régimen en el poder a expensas del bienestar, la libertad y la unidad de un pueblo que en los albores de la revolución le demostró un entusiasmo digno de la "simpatía universal y desinteresada" que Kant identificó en la Revolución Francesa (antes  de que ésta se convirtiera, ella también, en despotismo no ilustrado para luego ir a parar nuevamente en la sucesión monárquica) como señal de paso efectivo hacia el constante mejoramiento de la humanidad.[8] De igual modo, la revolución cubana, muy pronto tornada despótica y, desde 2006, dinástica, responde ante tales responsabilidades históricas con la dureza de oído y la lengua de trapo que caracterizan a la más pura razón cínica.

            Vokación, digo –sukumbiendo ya irremediablemente a la fijación letrista o letrada– por el kolor. En Kuba todos los eskolares, ya fuesen de la enseñanza públika o privada, llevaban uniformes en los ke predominaba siempre un toke de kolor distintivo sobre el blanko de fondo o viceversa, el kual permitía identifikar, en kualkier eskina, la eskuela a ke asistía el edukando: azul añil, Estrella; azul cielo, Maristas; índigo o burdeos, Instituto de La Víbora o La Habana, amarillo mostaza, La Luz; verde verde, La Salle; rojo y blanco, Eskuela Públika No. 9 de Karmen y 10 de Oktubre; viola o morado, Excelsior y Ursulinas; Edison, mi alma mater, karmelita: preciosista denominación ésta de estirpe peninsular y katólika para expresar el kolor más kubano posible –kafé, tabako, azúkar prieta, piel kanela– aplikable en este kaso, por lo demás, a un plantel orgullosamente laiko.

            Porque como variados eran los colores de los uniformes –pluralidad hasta dentro de la uniformidad– así de variadas eran entonces las modalidades de la educación, sujetas a su vez, como es natural, a una normativa básica nacional. Estatal con estricta separación de todo culto, privada laica –de innumerables tendencias, desde la militar, masónica, anticlerical o agnóstica hasta la militantemente multicultural–, o privada confesional y, dentro de ésta, judía, bautista, evangélica y católica jesuita, franciscana, dominica o mariana. Pero todas destinadas a formar a hombres y mujeres autónomos y respetuosos de la diferencia. Ahora la educación es de una sola pieza y (de)forma a hombres y mujeres para que dependan de los designios del Déspota que, cual padre autoritario, piensa y decide por ellos a cambio de satisfacer sus necesidades básicas (presunción esta última, como sabemos a estas alturas, altamente engañosa). Resultan, por ende, atrofiados o manipulados en su innata capacidad y virtual derecho de actuar como seres dotados de libre arbitrio.

            El propio Kant y en nuestra era Foucault han advertido contra los peligros de tan radicales proyectos. Dice el primero que si bien es posible que una revolución provoque la ruina de un despotismo personal, que ponga fin a una opresión inspirada en la venalidad o la ambición, nunca traerá consigo una verdadera reforma del modo de pensar, pues surgirán nuevos prejuicios que serán tan eficaces como los antiguos para mantener atado a un pueblo que no piensa"[9]. Y acota el segundo que el tipo de cambio que han de suscitar el ejercicio de la crítica y la reflexión sobre los límites de la transgresión debe "dar nuevo ímpetu, en la más vasta medida posible, al desempeño indefinido de la libertad", descartando por ende todo proyecto con pretensiones absolutistas o totalitarias. Son preferibles, dice el filósofo francés, "las transformaciones parciales que se han hecho en la correlación del análisis histórico y la actitud práctica a esos programas de creación de un hombre nuevo que han repetido a lo largo del siglo XX los peores sistemas políticos"[10].

­­            Ilustración significa justamente salir del estado de minoría de edad y acceder, por medio del ejercicio de la libertad y la autonomía, a una progresiva madurez cívica. De modo similar, aprender no es sólo salir de la ignorancia de las vocales y consonantes, llegar a escribir y proferir las letras, firmar el nombre. No basta ser alfabetizado para ser letrado o ilustrado. La alfabetización aplicada –por así decirlo– al vacío es condición para la adquisición de cultura pero no supone una tradición de cultura, una tradición letrada: es un terreno por abonar, generación tras generación. La ambiciosa gesta alfabetizadora cubana de los años '60 alcanzó un noble pero también estratégicamente necesario objetivo. Frente al creciente éxodo masivo de la población letrada, garante y funcionaria de las instituciones sociales, había que prever un urgente relevo. Era preciso consolidar el esfuerzo alfabetizador no sólo por el bien de aquella parte de la población hasta entonces analfabeta, sino también con miras a ganar adeptos, reestructurar a fondo la enseñanza básica y reorientar estratégicamente la educación superior a fin de formar a los cuadros necesarios para atender a los nuevos fines políticos e ideológicos. Ello dio a la educación un carácter ideológicamente exclusivo anclado en la censura y la represión de toda desviación y de toda diferencia (de orientación política, confesional, sexual o de otra índole), con el consiguiente efecto devastador para la autonomía personal y la libertad de pensamiento, conocimiento y expresión.

            Obsesionada aún por las primeras sílabas ke me enseñó mi abuela, maestra rural, Ilustrada si la hubo en los albores de la Repúblika –sílabas komo pan, komo lar, komo , komo no– diskúlpenme si insisto en algo elemental: hoy ke --kon mayor o menor brío, komo en la eskuela-- todos los kubanos son o presumen de ser letrados, se imponen no obstante unas preguntas para analfabetos, ke el Ilustrado no se kansa de repetir:

            ¿Puede ser aceptable, a estas alturas de la historia, que durante más de medio siglo un pueblo esté sujeto al dictado inimpugnable de un Déspota –directa o, vicariamente, a través de algún miembro de su clan–sin tener derecho a elegir a sus gobernantes y cambiarlos periódicamente? ¿Es admisible que en una nación de supuestos letrados haya que hablar por señas, o callar, o bien tragarse las palabras en público o en privado, o vomitarlas en la cárcel? ¿Es racional que se cierren revistas, que se quemen remesas de libros regalados por instituciones benévolas, incluidos ejemplares de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789? ¿Que se excluyan de los programas académicos autores fundamentales de la filosofía, la historia y las letras, del mismo modo que se han hecho desaparecer de los diccionarios de la literatura nacional los nombres de escritores exiliados o declarados traidores por no ajustarse al molde uniforme? ¿Es acaso indiferente que durante décadas se haya atropellado y castigado de burdas o sutiles maneras la libertad de pensamiento, la libertad de culto, el derecho a practicar la diferencia sin que ello infrinja los derechos ajenos? ¿Es esta situación de sumisión, intimidación y represión digna de personas letradas?

            La respuesta del Ilustrado a esas preguntas de perogrullo y a estas agresiones (i)letradas es una de akellas sílabas simples: NO. No un no kubano: un no no. Porke ojo kon el no kubano, ke es de ampanga (y komo tal, gallego o afrikano y –digamos eufemísticamente– relativo). O sea: el no kubano es kamaleóniko e histrióniko komo el sujeto ke lo emite. Hay toda klase de improbables teorías al respekto[11], pero la ke akí expongo es la mera esencia del no kubano: efektista, superlativamente afirmativo, negativamente kompetitivo, aumentativamente reduktivo, konkordantemente disyuntivo y, kómo no, solidariamente individualista. ¿Vite eso, tú? No, pero eso no e ná mi hemmano, déja ke tú vea. No no, pero ven aká, eso e una babbaridá, chiko. No no no, eso e tremendo. No, ké va, eso no tiene nombre, viejo. No, chiko, no, eso e una miedda.

                                                                                     [Continuará...]


[1] Peter Sloterdijk, Critique de la raison cynique, París: Christian Bourgeois Éditeur, 1987, págs.8-11.
[2] Ibid., pág. 117.
[3] Michel Foucault, "What is Enlightenment?", The Foucault Reader, ed. Paul Rabinow, Nueva York: Pantheon Books, 1984, págs. 32-50.
[4] Peter Sloterdijk, op.cit., pág. 116.
[5] Arthur Rimbaud, “Voyelles”, Oeuvres, Garnier, París, 1960, pág. 110.
[6] Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, I, 37, ed. Martín de Riquer, Barcelona: Clásicos Planeta, 1980, pág. 419.
[7] Peter Sloterdijk, op. cit., pág. 96.
[8] Immanuel Kant, The Contest of the Faculties, in Hans Reiss, ed., Kant: Political Writings, 2ª ed., Cambridge: Cambridge University Press, 1991, págs. 182-183.
[9] Immanuel Kant, Qu'est-ce les Lumières?, Paris: Nathan, 1994, pág. 69.
[10] Michel Foucault, op.cit., págs. 46-47.
[11] Véase Eduardo Labarca, “El no cubano”, Encuentro de la cultura cubana, Nº 10, Madrid, otoño de 1998, págs. 31-34.

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