Sobresalto al vacío de María Elena Blanco: suma, resta y saldo
Presentación, Instituto Cervantes de Viena, Viena, 18 de octubre de 2017
Ana María Hernández del Castillo
El azar me une hoy a María Elena, compañera de New York University, vecina desde mediados de los setenta hasta mediados de los ochenta, compañera de alguna que otra sevillana, fandango o rumba flamenca en los tablaos de la Calle Catorce de Nueva York antes de que el barrio bohemio se convirtiera en una enorme galería comercial y abrevadero de hipsters (como indica María Elena en su poema Nightbirds). No hablaré de las tertulias en que cantábamos el sexteto de Lucía a tres voces (las copas de Lepanto propician el desdoblamiento) tras cabalgatas en Forest Park con caballos que a veces nos desmontaban, como para reiterar aquella cita de Freud de que “el buen jinete aprende a ir adonde quiere el caballo”. Hoy nos reunimos como poeta y crítica ante esta antología que honra a sus muchas matrias: Cuba, Chile, Nueva York (que es una ciudad estado), Austria y España, en todas las cuales tiene un nido, como los tuviera Huidobro “en las cuatro direcciones”. ¿Qué puedo decir de este rostro de María Elena, el que recoge, destila y cristaliza su intensa trayectoria de vida en su intensa trayectoria poética? ¿Cómo recoger y transportar ese Botín (como llama a su antología) en este breve prólogo a su lectura? No voy a repetir el análisis de los aspectos formales de su obra tan bien iterados por Marie-Thérèse Kerschbaumer en su Postfacio a esta edición, o a reiterar lo que ya señalara Raúl Zurita, poeta insigne y antólogo de la colección Pinholes in the Night. Essential Poems from Latin America, acerca de la manera en que María Elena integra y rebasa “el canon de ultratumba” que él mismo aúna en la mencionada colección. Mis comentarios se enfocarán en “los ecos, las resonancias internas, los contrapuntos” a los que aludiera Zurita en sus comentarios partiendo desde la estructura misma del poemario.
Como en casi todos los títulos de sus libros, la poeta juega a descomponer y recomponer palabras, creacionista y posmoderna a la vez, desatando al máximo su poder evocativo: “salto al vacío” la expresión acuñada, se enriquece y estalla en connotaciones con el prefijo “sobre”: “sobresalto”, la nueva palabra, implica desasosiego, sorpresa, premonición, alarma, terror, pánico –sentimientos que se reiteran en la portada del volumen original: “Muelle del Alma”, obra escultórica del artista chileno Chumono (Marcelo Orellana Rivera), quien como ella combina armónicamente una pluralidad de materiales que toman nuevos significados al recontextualizarse. Sirvan el título y la imagen como prólogo a nuestros comentarios y la lectura de los poemas.
El poemario, compuesto entre 2009 y 2015, se estructura en siete unidades temáticas, que a su vez coalescen en una overtura y tres movimientos: suma, resta, saldo. No es necesario abundar sobre el simbolismo del siete en el imaginario colectivo de occidente, y sus connotaciones de totalidad (siete colores, notas musicales, virtudes, pecados) y fin de ciclo (la semana). Siete es la década a la se acercan la poeta y la crítica, e insta a la reflexión sobre la trayectoria personal y las observaciones a lo largo de una vida intensamente vivida en una época de inmensos cambios globales a todo nivel. “Sobresalto al vacío”, la primera unidad temática, se enfoca en una vuelta al origen al evocar a las diosas primigenias y cierra con un poema sobre la otredad: “el que fue a Sevilla/perdió la cabeza y ya/no será más el mismo/aunque vista el propio pronombre” (28). “Horror vacui” recoge poemas escritos en la India, continuando el tema del regreso al origen. Este prólogo, el salto y el miedo al vacío, sienta las bases de la búsqueda en el resto del poemario. “Escaladas”, “Parábolas” y “Lecciones de olvido”, las tres secciones centrales, se enfocan en el recuerdo y el olvido, una especie de “posesión por pérdida”, el título de su primer poemario, e incluye algunos de los poemas más intensos de la colección: la suma. Las dos secciones restantes, “Tombeaux” y “Espirales”, funcionan como una reflexión sobre la muerte y el cambio: la resta. Finalmente, y curiosamente, la edición en español cerraba con un soneto en perfectos endecasílabos con rima consonante y tercetos abrazados: “Acción poética II” una meditación sobre literatura y poder con epígrafe de Raúl Zurita (“La poesía es anterior a la verdad y no tiene que ver con el poder…sino con la armonía de las cosas entre ellas”): el saldo. Tras releer el poemario en preparación a mis comentarios de hoy, me doy cuenta que esta exclusión no fue del todo fortuita, como veremos más adelante.
El poema inicial, “La dama al unicornio”, alude al inicio de un viaje de redescubrimiento:
parto de islas azules
nadando entre la nada
a través de la nada
llevada por la nada
a mi único deseo
retomar voz y vida
estrellando la nada (14)
Le siguen “Diosas en exilio” y “Dísticos griegos”, en los que la voz poética invoca el poder de las diosas del matriarcado (“no pudieron con ella /ni podrán/ los ángeles exterminadores/ los escribas”) (16), como en las invocaciones de las epopeyas, yuxtaponiendo a la “nada” del poema inicial las dimensiones eróticas e intelectuales de la mujer, que quedan estigmatizadas como “subversivas” o “monstruosas” bajo el patriarcado, como señalara Hélène Cixous en “La risa de la Medusa” (1975), y que se ponen de manifiesto a lo largo del poemario. La voz poética reflexiona sobre su relación con la diosa en exilio: (“tal vez entonces ella/ hubiese rehuido a la que yo era, tal vez/ la que yo era no la hubiera adorado”)(16). La sección inicial concluye con “Diálogo a distancia sobre la segunda persona”, una indagación de la voz poética sobre el “yo” y el “otro”:
La segunda
persona no es menos quimera que la primera,
tropos aleatorios intercambiables. Lo arcaico
sí es la voz, aquel primer
vahído humano o el
segundo, el proferir
poético, el que se dice
balbuceo, onomatopeya
o soplo que no queda
en los libros […] (24, 26)
Concluye, tras alusiones a Rimbaud, Borges y Derrida: “A cada cual su segunda/ persona, la que ha creado/para sí, no necesariamente/ la que se merece ¿quién?” (28). La exploración de la persona o máscara es el comienzo de toda búsqueda, y la selva o naufragio contemporáneo se manifiesta en la maraña de signos, referencias, citas que nos rodean, nos iluminan y a veces nos confunden. La voz poética “sobresaltada” no es diferente a la Psiquis de Apuleyo (la única heroína de un viaje iniciático en la antigüedad clásica) en sus trabajos por recobrar a Eros.
La sección central del poemario está formada por “Escaladas”, “Parábolas” y “Lecciones de olvido”—dedicadas al recuerdo y al olvido. Como en los segundos movimientos de las sonatas, es aquí donde hallamos las reflexiones pausadas y profundas, así como el virtuosismo contrapuntístico de la colección, elaborado con la intertextualidad de las obras con las que dialoga, y la intratextualidad de los poemas de esta colección y las siete anteriores entre—o dentro— de sí mismos (el epígrafe en “Lecciones de olvido” es de la propia poeta: “Sumérgeme, arena del olvido”). En “Escaladas” la casa (ya desde Hoffmann y Poe símbolo de la persona con todas sus recámaras abiertas, cerradas, o incomunicadas) es la imagen central e invoca asociaciones intertextuales: casas vacías (Hoffmann) , tomadas o condenadas (Cortázar) o inundadas (Felisberto) nos vienen a la mente en “Estrenos de almanzara”:
La extraña casa acoge a un ama extraña
que apaga al fin la llama y enciende la noche.
Muerde, muere, duerme. […]
Quien la ve la desea,
(él sólo la divisa difusa en la distancia).
Yo le di agua y luz
y ahora ella me exige vida.
Los cuidados no la contentan nunca.
Llega a las ocho el albañil. (48/52)
O en “Eje del silencio”:
El silencio del aullido cuerpo adentro […]
El silencio de una casa, cuál,
antes que el silencio me alcance.
La casa del silencio
donde tú no estás […]
Pero es el álgebra de la cama lo que importa
la cifra de la noche sin ventanas
porque la cama es una
de las ventanas de la noche […] (58/60)
Y sobre todo en “Dúplex”:
En el ático mental, los pies sobre la mesa,
la duda se interroga.
En la planta del corazón, en cambio,
la seducción anega toda culpa, emerge
libertina que apuesta por enésima vida:
insólito comienzo al borde del final.
La escalera,
trampolín al vacío
atenta
contra la cómoda postura que niega
soberbia (62)
Esta sección concluye con “Casas de aire” donde la ambigüedad, la homofonía, la aliteración se conjugan en el descorchar erótico de una botella de champán (64)
“Parábolas” evoca los turbulentos y delirantes movimientos sociopolíticos de los sesenta y setenta, evocados en “Fragmentos de una elegía trunca” por medio de consignas y canciones de la época. “Nightbirds”, dedicada a Antonio Cisneros y Raúl Barrientos, evoca con nostalgia el Nueva York bohemio de los setenta y lamenta su metamorfosis en la guarida de Donald Trump con su mediocridad, grosería y mal gusto:
se acabó la bohemia latinoamericana
los pájaros de la noche se han perdido de vista
los Hell’s Angels ya no asustan como antes
el amigo del sexto murió de sida
el nuevo CBGB’s no tiene alma
el barrio está más limpio
en la literatura reina el realismo sucio
la poesía no toma ni trasnocha
y dejó de fumar, es una lata
los vates han pasado de moda
hasta los fénices fenecen
la nueva ave poética
es el cóndor: coronado,
eficiente, profesional
qué remedio
nos vamos reciclando
más o menos
menos o más
el mundo no es el mismo (82/84).
La unidad final abarca “Tombeaux”, una serie de obituarios a poetas desaparecidos, seguida de “Espirales”, donde la poeta se acerca al saldo del viaje al pasado, en la suma y la resta de la madurez, en este su octavo poemario. Así como “Escaladas” se enfocara en el simbolismo de la casa, “Espirales” evoca ciudades: La Habana, París, y sobre todo Valparaíso, que figura prominentemente en dos poemas epónimos, y un tercero con su nombre indígena: “Alimapu”, ciudad quemada. Tanto el huracán, palabra que le dieran los aborígenes de Cuba al fenómeno climatológico de destrucción y resurrección, como la mítica destrucción por fuego de Alimapu, nos acercan a la culminación del viaje iniciático de la voz poética, donde reaparece la invocación a las deidades primigenias del prólogo:
yo ardo en el centro hecha espiral de fuego
habrá cundido mi ofrenda a Agní frente al Ganges
habrán escuchado mi húmeda salve echada al Thoronet
(sabe que las lenguas nacen agua en la punta del arco iris,
vuelan hacia los dioses: son y no son parábola)
yo renazco llama en el cuadrado áureo
manzana hueca en la que todo salta
y anonada
la nada (168)
La espiral también alude al caracol de la polymita picta, una de las más hermosas especies del mundo, autóctona de los bosques de Baracoa, el primer asentamiento colonial de Cuba recién destruido por otra espiral, el huracán Matthew, en un acto de injusticia climatológica, si no poética.
“Alimapu” integra el simbolismo de la casa y la ciudad, atando las dos secciones cumbre del poemario:
Yo vine a ti Alimapu
extraña en duelo,
extraña en celo,
prófuga de
abordajes y
masacres del alma,
por ti fui terremoteada
en casa
y útero (que viene a ser
lo mismo).
Con un guiño al Neruda de “Alturas de Machu Picchu” exclama:
Entonces (: Pablo)
por tus destartaladas
escalas
he montado
a la cúpula
de humo
y desde la perspectiva
de la hormiga
he visto
con mis pies
y han pisado mis ojos
el gran ojo abierto
del fuego
en su flanco […]
pero cual fénix
una vez más renacerás
para eternamente
arder.
El fuego tu fatalidad:
tú la mía. (176/178)
El poemario original terminaba con un soneto, “Acción poética II”. La edición bilingüe, sin embargo, omite este poema y termina con “Valparaíso Mi Amor III”, una vez más invocando a las diosas del punto de partida, tras la jornada poética:
Desetiquetando,
más libre y joven que cuando fue
joven y libre, practica zen,
flamenco, negación
de la negación […]
el vacío de entonces menos hueco
y el lleno menos lleno: fluido, excéntrico
(su centro es donde le pille el ahora
y el aquí o decida intempestiva
de mente estar). El tiempo,
la ignorancia feliz de los días dados,
(golpe de :) azar
mas puro ñeque, hacia
lo que no tenía
nombre aún
y es esto.
(Respectivamente, para la poesía y el amor,
estar a la altura de la centauresa seráfica,
renacer entre trombas turquesa, desnuda
y rubia, como la Venus Anadiómena). (180/182)
No puedo terminar sin elogiar la excelente traducción de Wolfgang Ratz, que mantiene las melodías internas del poemario, sus aliteraciones y la polisemia de las palabras clave. Las diosas han sido invocadas: demos comienzo a la lectura.
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